El lápiz, o mejor, el lapicero, un nombre que nos devuelve a la infancia de nuestros padres. La verdad es que últimamente estoy disfrutando escribiendo con una pluma Faber Castell que me regaló R., pero con M. haciendo sus primeros garabatos el lápiz adquiere relevancia en nuestra vida cotidiana. Y he pensado que para ofreceros una visión un poco más adulta de la cosa tenía que indicaros un par de enlaces ineludibles en esta serie sobre la caligrafía.
Por un lado la web de Bob Truby, Brand name pencils, donde tiene clasificada y fotografiada su colección de lapiceros.
Por otro lado, el proyecto Pencil revolution, una página web con formato de blog que pretende devolver al olvidado lápiz el estatus que le corresponde. En esta página encontraréis no sólo recensiones sobre la calidad del grafito y otras particularidades de los lápices que caen en manos de este revolucionario, también entradas de lectores con las mismas inquietudes y ojo crítico (además de buena mano, casi todos son ilustradores).
Otras "revoluciones" se han puesto en marcha en la red que tienen relación con mi propósito para este año, pero ésas me las reservo para próximos envíos.
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